Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te
    acuerdas de que tu hermano tiene algo contra
    ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda,
    reconcíliate primero con tu hermano, y entonces
    ven y presenta tu ofrenda (Mateo 5:23-24)

    Hace poco, me conmovió hasta las lágrimas,
    una historia que leí sobre un hombre que,
    sabiendo que a su muchacho le faltaban pocos
    meses para que se fuera a estudiar a la
    universidad, citó a su hijo a un restaurante…
    para pedirle perdón. Le dijo con el corazón en la
    mano que, no quería que entre su equipaje,
    llevara dolor y resentimiento hacia él.

Así que le dijo: “hijo, por favor, retrocede en tu mente lo más que puedas, y dime aquello que
recuerdes que en algún momento hice, y lastimo tu corazón. Quiero escucharte y pedir perdón por
cada herida que te haya causado…

Aunque al principio el hijo respondió que, todo estaba bien, que no había nada de que hablar; su
padre insistió y le animo a abrir su corazón. Entonces, cuando el hijo notó que estaba en terreno
seguro, le compartió a su padre lo mal que se sintió siempre, por ser tan diferente a él: “Tu
siempre te entendiste bien con mi hermano, ambos son rudos, callados y gustan del football. Yo
trate de parecerme a ustedes, pero siempre fracase. Incluso, jugué football para ganar tu
admiración, pero siempre fue inútil, todos mis logros, siempre los pasaste por alto. No sabes
cuanto he necesitado tus palabras de ánimo y tus abrazos”

Cada confesión de aquel hijo, provocaba lágrimas en el padre, quien inmediatamente le decía:
“Hijo, perdóname” o, “me arrepiento mucho, discúlpame”.

Después de leer la historia, imagine, que bonito seria que ciertos familiares o “amigos”, hicieran lo
mismo conmigo. Aunque no tengo rencor hacia nadie, en realidad, seria confortante poder
desahogar algunas cosas que, por indiferencia o dureza de ciertas personas, me tuve que tragar y
disculpar, aunque no me pidieran perdón.

Pero en lugar de eso, hubo una voz que me dijo: “mejor primero, busca tú a quien hayas ofendido”.
Y la primera persona que se me vino a la mente, fue mi esposa.

Verán. Nuestro matrimonio, al contrario de la mayoría, no empezó bien para después arruinarse;
sino, empezó muy mal y gracias a Dios, con el tiempo, se ha ido arreglando y poniendo mejor.

Hubo un acontecimiento, que no me permitía amar a mi esposa libremente. Entonces, de una u
otra manera, yo la lastimaba al no dar el 100% en la relación. Aunque en teoría, en aquellos años
(después de Dios) mi esposa era lo más importante para mí; en la práctica, yo me dedicaba más a
mi familia o la iglesia. Aunque hubo buenos momentos, fueron años difíciles para mi esposa, pero
yo no lo notaba, porque yo solo pensaba, en lo que ella me había hecho…

Un día, después de casi 5 años de matrimonio, le dije que siempre espere una disculpa, una
explicación, pero que, aunque no me pidiera perdón, yo decidía perdonarla y decidía amarla con
todo mi corazón. A partir de ese día, nuestro matrimonio mejoro muchísimo. Al grado que ella un
día me dijera: “Soy muy feliz, ahora si siento que me amas…” Sin embargo, a los pocos días, su
felicidad parecía esfumarse, nunca entendí porque, sino hasta que leí la historia que te compartí.

Yo había perdonado a mi esposa, pero no le había pedido perdón, por el daño que yo le había
causado. Así que había llegado mi hora de ponerme a cuentas con ella. Un día después de
despertarnos le dije: Mary, quisiera que me contaras un poco, sobre el daño que te cause en
nuestros primeros años de matrimonio, quiero escucharte, porque quiero pedirte perdón.

“No me gusta hablar de esas cosas…” respondió, mientras su mirada se perdió en los recuerdos…
Por favor, insistí, yo quiero escucharte. Entonces, viajó en su mente y me dijo: “Una vez que tu
mamá vino de vacaciones y se hospedo con nosotros, tú me tratabas muy mal frente de ella… En
una ocasión, me regañaste en su presencia por algo que yo no había hecho y, después de eso, te
fuiste a la iglesia con ella y yo me quede sola, llorando en la casa…”

Yo, en realidad, no recordaba y no recuerdo aún ahora ese acontecimiento. Pero cuando mi
esposa me lo contó, lo hizo con lágrimas en sus ojos y me dijo que ya no quería hablar más al
respecto. Le pedí perdón y días después, tuvimos otra charla sobre lo mismo y más cosas salieron
a la luz. Algunas ciertas, otras no, otras mal interpretadas por ella. Pero no me importo, me limite a
escucharla y pedirle perdón.

Ahora entiendo que aun me faltan, un par de conversaciones más con ella y con varias personas
más. Y no trato de pensar tanto quien me las debe… sino a quien le puedo deber una disculpa. Y
he entendido que, para que esta sea efectiva, es importante escuchar toda la versión del ofendido,
para su buen desahogo. Y como todo lo bueno que aprendo, te lo comparto a ti, mi querido lector,
ahora te paso la bolita… para que pienses en aquellas personas que pudieras haber ofendido,
aun sin querer, y vayas, las escuches y, con el corazón en la mano, les ofrezcas una disculpa… les
pidas perdón.

Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que
el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo
que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante. Mateo 5:25-26


Escrito por Melvin Chacón
Para pedir perdón
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